jueves, 6 de enero de 2011

SOLIDARIOS SOLAMENTE EN LAS GRANDES TRAGEDIAS

Por Jairo Cala Otero / Conferencista – Periodista autónomo

─ ¿Por qué le regalaste un almuerzo a esa señora? ─ preguntó el niño a su padre, tras ver que él se condolía ante las lágrimas de una mujer, de sucias ropas, pies descalzos y cabello greñudo.

─ Porque me nace ser solidario con ella, hijo ─ respondió el hombre ─. Es una mujer pobre, desvalida, no tiene de qué obtener su sustento corporal...

El chico miró nuevamente a la mujer, que apuraba con notoria ansia el almuerzo comprado por su padre. Pareció entender su drama; mas no así un término usado por su papá.


─ ¿Y qué es ser solidario, papá? ─ volvió a preguntar.

─ En el sentido en que yo lo acabo de aplicar, ser solidario es tener caridad con quien padece alguna carencia material o moral. Solidaridad, hijo, es una hermosa virtud mediante la cual ayudamos a quienes sufren y viven acosados por el tormento de la pobreza absoluta; es socorrer a quien, por cualquier razón, enfrenta alguna contingencia.


El chaval le interrumpió para anotar algo:


─ Entonces, papá, esta semana yo fui solidario en mi colegio: le compartí mi refrigerio a Julián, pues hace cinco días él no puede llevar nada para consumir durante el descanso, porque sus papás están atravesando una dura crisis económica. ¿Hice bien?

─ ¡Por supuesto, hijo! Hiciste muy bien en ayudar a Julián. Fuiste solidario y eso te hará crecer.

─ ¿Creceré más rápido, papi?
─ No hijo, no crecerás más rápido físicamente por haber sido solidario con tu compañerito. Pero sí serás más grande como ser humano; espiritualmente te elevarás sobre la indolencia, entenderás que tú te reflejas en los demás cuando te pones en su situación de apremio; y te volverás fuerte porque, por una ley natural, el universo te protegerá para que tú no caigas, como aquellos a quienes les has tendido la mano. Y hasta te devolverá, súbitamente, tus buenas acciones.


El muchacho, que muy atento había escuchado a su padre, apuntó:



─ Entonces, papá, ser solidario trae beneficios. Lo que no comprendo es por qué habiendo tanta gente desvalida y pobre no hay muchos que sean solidarios con ella, como tú lo fuiste ahora con esa pobre mujer.

─ Porque el egoísmo se ha apoderado de la mayoría, y no tienen sensibilidad social; creen que las penas de los demás no les incumbe. Se consideran inmunes a las angustias que dimanan de la pobreza, el hambre, la sed, la desnudez y más. Y porque ignoran que su bienestar podrá mantenerse y multiplicarse, si ceden un poco de lo que reciben del universo, del Creador de todo. Si entendieran esto último, hijo, media humanidad, por lo menos, estaría ayudando a la otra media desposeída y hambreada.

Hizo una pausa para tocar la cabeza de su hijo, y tomando sus manos entre las suyas, prosiguió su lección:


─ Es triste, mi pequeño, que hoy la gente sea solidaria apenas cuando ocurren grandes tragedias: cuando hay un terremoto, que produce muertos y destruye casas; cuando sucede una inundación de fatales consecuencias; cuando alguien registra la muerte de varios parientes suyos, en un mismo suceso violento... En fin, solamente cuando un profundo golpe estremece el alma humana hay un despertar de la solidaridad de los muchos que, cotidianamente, tienen lo necesario, y, a veces, se quejan y refunfuñan contra la vida y contra Dios por no tener más. La avaricia los enceguece, no les deja ver los rostros entristecidos, los cuerpos semidesnudos, los ojos perdidos por el hambre de sus hermanos humanos que carecen de todo, hasta de esperanza. 

Hay quienes intentan ser solidarios, hijo ─ prosiguió el buen hombre ─ regalando lo que ya no les sirve, aquello que tenían programado para arrojar a la basura; a esos, más les valdría no obsequiar nada. A ellos Dios no les envía veneno cuando tienen hambre y, sin embargo, creen hacer bien a otros obsequiándoles lo inservible. Y hay también quienes aprovechan las tragedias para hurtar de lo que la gente buena regala para los damnificados. A esos les valdría mejor cortarse la mano con que cometen tal latrocinio.




─ Gracias, papito, por tu enseñanza. Nunca voy a dejar de ser solidario con los menesterosos ─ anotó el niño ─. Ah, allí viene Julián. Iré a compartirle algo de comer con estas monedas que mamá me regaló.

─ Muy bien, hijo; ve y deja que tu espíritu inunde de amor el corazón de tu amigo Julián. Recuerda: quien da, recibe.