sábado, 2 de noviembre de 2013

¡La cortesía es contagiosa!


Por Jairo Cala Otero
Conferencista – Escritor

Eran las 6:35 de la tarde cuando sonó el teléfono. Yo estaba concentrado leyendo una información por Internet. Una voz de mujer, sensual, amable y muy cordial, dijo:


─ Muy buenas tardes. Por favor, ¿el señor Jairo Cala Otero?
─ Sí, señorita, con él habla ─ le respondí.
─ ¡Cuánto gusto, señor Cala! Soy María Claudia, de la empresa Western Union. Deseo verificar unos datos elementales…
─ Sí, dígame en qué puedo colaborarle ─ añadí, encantado por su cordialidad.

Entonces esa voz envolvente, serena, como atrapada por un halo mágico, siguió:

─ Usted realizó una transacción en nuestras oficinas de Almacenes Éxito el 29 de mayo, por un giro que le enviaron desde Miami. ¿Verdad?
─ Sí, así fue ─ confirmé.
─ Muy bien. Señor Cala, ¿su dirección residencial es (…), y su teléfono personal es este, al que lo estoy llamando?
─ Sí, señorita. Eso es correcto.
─ Bien. Señor Cala, además de verificar los datos que usted nos suministró aquel día, quiero preguntarle cómo le pareció nuestro servicio ─ agregó la gentil dama.


─ ¡Me pareció excelente! Quedé satisfecho ─ le dije, para subrayar que ese servicio era del nivel de su cortesía telefónica.
─ Me alegra mucho saberlo, señor Cala. Muchas gracias por su información. Eso es todo. Le deseo que tenga una muy buena noche, y le recuerdo que le habló María Claudia.
─ ¡Gracias, María Claudia. Lo mismo para usted! ─ contesté, antes de regresar el auricular del teléfono a su lugar.

¿Qué cree usted, amable lector, que hice inmediatamente después? Sí, efectivamente, dejé la lectura y abrí una página en blanco de mi computadora para escribir. Y aquí voy. Porque esas manifestaciones de profundos modales positivos y excelente educación no deben quedar escondidas en el anonimato que proporciona un teléfono; ni en el sonido de unas palabras que apenas son escuchadas por una sola persona. Creo que es preciso darles trascendencia, hacerlas conocer para que ellas conciten una reflexión. Reflexión sobre lo que ha pasado últimamente en nuestra sociedad colombiana frente a la cortesía, los valores humanos y las buenas maneras; y reflexión acerca de lo fácil que resulta apartarse de la patanería, la rustiquez y la bajeza de espíritu al tratar con nuestros semejantes.

Hombre agradecido con Dios
Aisladamente se escuchan algunas voces que intentan, en diversos ámbitos de la vida colombiana, enfatizar en lo que nos pasa por esa gradual descomposición humana que nos arrastra, cual huracán, hacia el abismo; que pareciera condenarnos a la ruindad humana hasta parecernos más a escorias sin control alguno. Pero aquellas voces apenas están llenas de buenas intenciones, como seguramente puedan estarlo mis palabras; porque quizás no alcancen a penetrar en la conciencia de quienes deberían tomar interés profundo por detener ese proceso de «retorno a las cavernas».

Si se fomentaran los buenos modales, como los de María Claudia, que dieron lugar a este comentario (yo espero que útil), ganaríamos mucho terreno frente a tanta grosería, tanto despropósito y tanta chabacanería de la cotidianidad contemporánea. Todos tenemos un compromiso en ese sentido. Es más fácil ser humanos integrales, que cavernícolas desbocados. Es más útil ser amables y corteses que desmadrados y ruines con las palabras y las conductas.

La amabilidad, como la descrita, puede generarse en forma permanente y en mayores dosis en todas partes: en el transporte público, en las tiendas, en las empresas, en las universidades, en los negocios… ¡No hay fronteras para que una persona decida asumir sus propias riendas y comportarse como ser inteligente!

Nada tan complaciente como escuchar y ver a una persona hablando y manejándose con altura, dueña de sus neuronas para provocar actos civilizados, autocontrolando su entorno y sembrando semillas de paz a la luz de sus palabras cordiales y sensibles.
La alegría de servir, aunque no se
reciba agradecimiento alguno.

No es utópico. Es una realidad. Porque estoy seguro de que «Marías Claudias» hay muchas en Colombia. Y empresas como la citada, también. Se notan sus esfuerzos por sepultar la descortesía en Colombia. Eso es plausible y encomiable.

¿Nos atreveremos a imitarlas? Yo aseguro que sí. ¡Vale la pena por nuestro propio bien!

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