sábado, 13 de marzo de 2010

Arauca: UNA FRONTERA SIN DISCORDIAS


Una vista de El Amparo, Venezuela, a 500 metros de Arauca, Colombia.
Apenas los separa el caudaloso y temible río Arauca. (Foto José D. Pitta).

Por Jairo Cala Otero / Periodista autónomo
Es domingo por la mañana, de un día de marzo de 2010. El clima está benévolo. Porque normalmente la temperatura puede promediar 35 grados centígrados a la sombra. He sido invitado por varios colegas periodistas a conocer «El Malecón», zona fronteriza con Venezuela, en la ciudad de Arauca. Desde ayer, cuando desarrollaba un taller de capacitación sobre español correcto en las noticias, se me avisó sobre el asunto. Pero mi instinto periodístico va más allá del paseo turístico al que se me invitó. Y, entonces, resulto recopilando datos en mi libreta para contar lo que vi y escuché.

Raquel Ojeda, la relatora de noticias de una radiodifusora local, es mi guía inicial. Tras caminar varias cuadras, a lo largo de la zona comercial, llegamos al lugar. Una playa de arena amarillenta, que puede afectar la vista cuando un ventarrón la levanta de repente, se ofrece a nuestros pies. Al frente, el portentoso río Arauca, de unos 500 metros de ancho, línea divisoria entre Colombia y Venezuela. Al fondo, unas edificaciones de un solo piso. Algunas están resguardadas por sacos de arena, y de entre ellos sobresale un asta en la que ondea una bandera tricolor con ocho estrellas: allá es Venezuela.

«Es El Amparo», dice Raquel. Se trata de una población del municipio de Páez, del estado Apure. Centro de comercio, tiene el atractivo para los araucanos de ser la más cercana zona donde pueden adquirir a bajos precios (merced a la irrisoria cotización del Bolívar Fuerte), diversos productos, particularmente comestibles. Mientras contemplo el panorama y le formulo algunas preguntas a Raquel, que me va hablando con base en su experiencia como raizal de Arauca, detecto con la mirada una base de la Guardia Nacional de Venezuela. «Siempre ha estado ahí. Pero todo es normal», advierte mi baquiana.

Raquel Ojeda, locutora araucana.


Frontera «quieta»

Eso significa que, contrario a lo que acontece en otras zonas limítrofes de Colombia con Venezuela (Cúcuta y Riohacha, particularmente), donde han ocurrido refriegas de lado y lado de los dos países, con amagos de enfrentamientos mayores, en El Amparo la paz reina en términos absolutos, como sucede también del lado colombiano. Hay una notoria convivencia entre unos y otros. El ambiente caldeado por las algarabías verbales del coronel Hugo Rafael Chávez, presidente de Venezuela, contra el Gobierno colombiano, no han hecho mínima mella en esta particular zona fronteriza.

«Aquí nos enteramos de lo que pasa en las otras fronteras, vemos por la televisión lo que ha sucedido; pero en este lado, como usted se da cuenta hoy, ese asunto ni se siente; es como si nunca se hubiera hablado de esas diferencias”, anota Raquel, la locutora amiga.

Sigo observando la base de la Guardia Nacional de Venezuela, y confronto que del lado colombiano no hay una semejante. La más cercana presencia de autoridades colombianas en esa área fronteriza es la Estación de la Policía Nacional, ubicada en la carrera 20 entre calles 19 y 18, de la zona comercial de Arauca, a unas 10 cuadras de la ribera del río Arauca. La presencia de agentes policiales colombianos en El Malecón, es esporádica. De vez en cuando pasa una patrulla en función de vigilancia. Pero la tranquilidad es el factor predominante a toda hora. Allí están establecidos negocios que venden licores y cerveza; algunos tienen pistas de baile, donde las parejas se divierten sanamente. A orillas del río Arauca se acomodan ventas ocasionales de comida típica y bebidas refrescantes. Así es todos los domingos del año.

Pueblo abastecedor

Cambiamos de lugar. Siguiendo el curso del río, a un kilómetro aproximadamente hacia arriba, estamos frente al «Puente Páez». Construido en 1968 luego de un convenio binacional firmado un año antes por los entonces presidentes de Venezuela, Raúl Leoni, y de Colombia, Carlos Lleras Restrepo, tiene un peso de 42 toneladas. Es la unión de las dos naciones para quienes transitan en vehículos automotores. Los dos puestos de control, en los extremos del viaducto, a cargo de sus respectivas autoridades, no restringen el paso de nadie. De Venezuela ingresan diariamente ciudadanos a Colombia y viceversa. La concordia es asombrosa con respecto a los otros puestos de control fronterizo en Cúcuta y Riohacha.

Mientras tanto, por debajo del puente, las torrentosas aguas del río Arauca corren caudalosas y ondulantes. Muchas vidas humanas se han quedado enredadas en ellas. La extracción de arena por varias personas dedicadas a esa actividad, de la cual derivan su sustento, produce socavones en el lecho del río. «Son falsos pisos. Los nadadores se paran en ellos, y, de repente, se desfondan. De allí no vuelven a salir nunca», sostiene José Domingo Pitta Vega, periodista santandereano, radicado en Arauca hace 25 años.


Comercio irregular

Como esta lancha pasan «al otro lado» varias, en recorridos repetidos durante
todo los días, que apenas duran 40 segundos, a lo sumo. A «este lado» aparecen, por compras legales, diversidad de artículos venezolanos.

También sobre esas aguas se desplazan constantemente chalupas y lanchas a motor. Llevan y traen gente entre los dos países. Pero en verdad son más los colombianos que pasan al otro lado. Van en busca de gasolina para carros. La traen en recipientes plásticos, de donde la pasan a botellas del mismo material para ser vendida a los conductores colombianos. En varias esquinas de Arauca se ven expendios públicos de ese combustible. Y aunque es ilegal ese comercio, nadie dice nada.

En El Amparo algo debe de suceder. No se sabe qué, pero es extraño que los uniformados de la Guardia Nacional venezolana no repriman ese contrabando que circula frente a sus narices. Hasta se quedan observando, extasiados, las chalupas que luego de arrimar a la orilla venezolana, con tripulantes colombianos, regresan a territorio de Colombia con el embarque ilegal. Su precio es irrisorio, y su calidad superior al de la gasolina colombiana. Pero ese comercio ya es «natural» allí.

Distinto es, en cambio, lo que sucede con la cerveza Polar, por ejemplo. En El Amparo, al cambio de la moneda venezolana hoy, una unidad cuesta 700 pesos. Cualquiera diría que es rentable adquirir este producto y venderlo a mayor precio en territorio araucano. Pero el flete de transporte en la chalupa la encarece, y ya deja de ser objetivo comercial de primera mano. Por lo que sostienen los periodistas Enrique Valencia Hernández y José Domingo Pitta Vega no son más de tres los establecimientos públicos de Arauca donde se vende cerveza Polar. Eso pareciera más un acto de condescendencia humana con sus clientes, que piden esa clase de bebida, que un propósito comercial. Porque la ganancia es prácticamente ninguna. Cada cerveza vale mil doscientos pesos.

Celos en territorio colombiano

Luego de haber bajado por una escalerilla empinada al pilote mayor del «Puente Páez», donde el imponente río produce cierto temor y profundo respeto por esa expresión de la naturaleza, retornamos a su plataforma. Caminamos hacia el lado colombiano. El DAS tiene allí el control de los inmigrantes. También hay Policía Nacional.

Raquel, que ahora lleva la cámara fotográfica, empieza a captar algunas imágenes. Ella me había advertido que sentía temor de hacerlo porque podría ser reconvenida por las autoridades. Pero otro acompañante insistió diciendo: «No pasa nada». Después de unas cuatro fotografías, un agente de la Policía se viene hacia nosotros. «Nos va a llamar la atención», digo para mis adentros. Y preciso, así es. Pregunta quiénes somos y con qué fines estamos tomando fotografías al puesto de control colombiano. Le explicamos y nos comprende. «Pero no más fotos, por favor», dice, y se aleja.

Nosotros también nos retiramos. Porque un asado con carne de ternera llanera, yuca, ají y abundante limonada, nos espera. Y después, otra atención con carne de chigüiro y harta cerveza ajustaría el refuerzo energético para nuestros cuerpos. El Malecón ha quedado «encendido». Como es domingo, poco más de mediodía, ya ha llegado mucha gente. Se divertirá hasta el hastío comiendo, bebiendo y bailando. Mañana a esos araucanos, gente amable y querida, les espera una nueva jornada de trabajo. 

A mí, me resta el abordaje del avión para retornar a Bucaramanga. 
¿Alguna duda? Aquí es la línea imaginaria
que separa a los dos países. Aunque
el DAS se acabaría después. (Raquel Ojeda).
Allá, el Puente Internacional Antonio Páez.
Los araucanos lo llaman Puente Arauca.
¿Celos diplomáticos?