Por Jairo
Cala Otero
Conferencista
– Periodista autónomo
Son varias las
personas que me han escrito, para preguntarme por qué razón yo me identifico
como «periodista autónomo». Hasta un colega periodista curioseó alrededor de
tal denominación, para ─según dijo─ también «colgarse» él este rótulo.
Haré a
continuación un perfil de modo argumental sobre el adjetivo «autónomo» ─que no
es exclusivo para mi caso, porque bien puede aplicarse para cualquiera otra
profesión─ a fin de satisfacer la curiosidad de mis compatriotas:
Es una forma
de presentación que yo uso para indicar que ya no trabajo ni con una empresa, ni
para una empresa determinada; que ya no me someto a ganar un salario
preconcebido (generalmente, insultante e indigno); que ya no tengo jefes
gruñones (ni de otra naturaleza); que ahora no cargo con el lastre de la
imposición de horarios; que ahora puedo gozar de reconocimientos por mis logros
o aciertos con lo que hago a partir de lo que sé; que yo mismo me aumento mis
ingresos económicos cuando valoro en justa dimensión mis esfuerzos, y porque
llegue a ser más eficiente y excelente en lo que haga… En fin, las
consideraciones podrían ser inacabables.
Trabajando en una empresa, por una ligera distracción hay un memorando. |
Autónomo,
entonces, es «quien tiene autonomía, o quien trabaja por cuenta propia». A tal
nivel se puede llegar después de haber pasado varios años apegado a un régimen laboral,
como el colombiano, que ─valga decirlo─ menoscaba, en muchos casos, la dignidad humana; y fustiga
de modo inexplicable la entrega y dedicación de los trabajadores a la causa de
una empresa ajena.
Los ciclos colectivos
tienen tiempo límite, terminan algún día. Pero individualmente se pueden abrir ciclos
propios, a pesar de las voces de desaliento de algunos a nuestro alrededor para
sembrarnos desánimo. Si uno las atiende, estará perdido; si las desatiende, se verá
caminando por mejores sendas. La mejor es la de la tranquilidad absoluta: no se
tienen agitaciones innecesarias para buscar el sustento cotidiano; y no hay que
entregarse de lleno a una causa que no nos pertenece, y cuyos «orientadores»,
en muchos casos, en vez de gratitud, devuelven injusticia, malos tratos, explotación,
sometimiento y un largo etcétera de similar naturaleza.
Por supuesto
que hay condiciones para llegar a ser trabajador autónomo. Para mí son dos: saber,
y sentir seguridad frente a lo que se va a hacer. Saber, porque sin
conocimiento ningún desempeño podrá dar resultados positivos; se necesita haber
creado destrezas, las suficientes como para asegurar rendimientos excelentes en
lo que se hace; y tener la seguridad de que aquel desempeño es de nuestro
agrado absoluto y nos prodiga cuanto deseamos. Quien hace mecánicamente las
tareas, «como por cumplir», está condenado a ser mediocre, y ningún deleite
encontrará jamás en cualquier asunto que emprenda.
Libertad para caminar, autonomía laboral. |
A quien
depende de algún «patrón» (hasta este vocablo es detestable), no le aconsejo
que se «cuelgue» el apelativo de «autónomo». Se autoengañará, si lo hace.
Porque tendrá sus facultades individuales coartadas, y sus derechos y capacidades
estarán bajo control del otro.
Pero quienes
son, realmente, independientes; quienes no tienen que rendirle cuentas sino a
Dios por sus hechos o inacciones; quienes se pueden levantar a la hora que les
dé la gana, y sin afanes, porque pueden llegar tarde a su oficina; quienes
pueden viajar a cualquier parte sin tener que pedirle permiso a alguien; quienes
estando fuera de su ciudad no tienen que sentir afán por retornar pronto; quienes
no están obligados a darles explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer a
otras personas; quienes son capaces de trabajar para ellos, por ellos y por sus
seres queridos, y no para otros que los explotan; quienes son capaces de
decidir cuánto quieren ganar cada mes, no lo que los demás les impongan, ¡pueden
colgarse el rótulo de «trabajadores autónomos»! De lo contrario, que ni lo
intenten. Porque eso será no solamente mentirse a sí mismos, sino asumir un
papel ficticio a sabiendas de que un sistema oprobioso los oprime cada vez que
intentan hablar de libertad laboral.
Ahora bien. El régimen laboral
colombiano es pecaminoso por injusto. Apenas tiene en cuenta a los
«enganchados» a las empresas, pero no nos hace visibles a los autónomos
(independientes, como suelen llamarlos los demás). Pero a los primeros
escasamente los menciona, porque no los protege con el rigor con que debiera
hacerlo; empezando por el ridículo salario mínimo que les asigna, que es aterradoramente
mínimo e insultante. A los autónomos no nos cita en sus códigos y leyes como no
sea para sacarnos dinero por el derecho a trabajar; son impuestos, como el
viceministro de Hacienda reconoce, injustos y abusivos en relación con lo que
pagan quienes tienen abundantes capitales de trabajo y ganan enormes sumas de
dinero a diario. Hasta nos fastidian la vida cuando nos piden que certifiquemos
que sí nos ganamos honradamente el sustento de nuestras vidas; porque no nos creen
que pagamos el arriendo, los servicios públicos, la comida, los gastos
escolares, el transporte de los hijos, la ropa de toda la familia, las
diversiones ocasionales… ¡Pero nos piden que estemos registrados en la DIAN y
en una Cámara de Comercio! Y aún así no nos creen que sí trabajamos y tenemos
una vida digna. Entonces, ¿para qué carajo son el RUT y la matrícula mercantil?
¿No es para probar que se tiene una actividad comercial y que de ella se
derivan ingresos económicos? ¡Si son tarugos los asesores del Gobierno!
Pese a esto último, yo me quedo mil
veces con el sistema de autonomía para trabajar, en vez del tradicional método
de empleo subyugante. Es decir, ¡«prefiero vivir»!
El trabajador autónomo gana el dinero que se proponga. |