¡La cortesía es
contagiosa!
Por Jairo Cala
Otero
Conferencista –
Escritor
Eran las 6:35 de la
tarde cuando sonó el teléfono. Yo estaba concentrado leyendo una información
por Internet. Una voz de mujer, sensual, amable y muy cordial, dijo:
─ Muy buenas tardes.
Por favor, ¿el señor Jairo Cala Otero?
─ Sí, señorita, con
él habla ─ le respondí.
─ ¡Cuánto gusto,
señor Cala! Soy María Claudia, de la empresa Western Union. Deseo verificar unos datos elementales…
─ Sí, dígame en qué
puedo colaborarle ─ añadí, encantado por su cordialidad.
Entonces esa voz
envolvente, serena, como atrapada por un halo mágico, siguió:
─ Usted realizó una
transacción en nuestras oficinas de Almacenes Éxito el 29 de mayo, por un giro
que le enviaron desde Miami. ¿Verdad?
─ Sí, así fue ─ confirmé.
─ Muy bien. Señor
Cala, ¿su dirección residencial es (…), y su teléfono personal es este, al que
lo estoy llamando?
─ Sí, señorita. Eso
es correcto.
─ Bien. Señor Cala,
además de verificar los datos que usted nos suministró aquel día, quiero
preguntarle cómo le pareció nuestro servicio ─ agregó la gentil dama.
─ ¡Me pareció
excelente! Quedé satisfecho ─ le dije, para subrayar que ese servicio era del
nivel de su cortesía telefónica.
─ Me alegra mucho
saberlo, señor Cala. Muchas gracias por su información. Eso es todo. Le deseo
que tenga una muy buena noche, y le recuerdo que le habló María Claudia.
─ ¡Gracias, María
Claudia. Lo mismo para usted! ─ contesté, antes de regresar el auricular del
teléfono a su lugar.
¿Qué cree usted,
amable lector, que hice inmediatamente después? Sí, efectivamente, dejé la
lectura y abrí una página en blanco de mi computadora para escribir. Y aquí
voy. Porque esas manifestaciones de profundos modales positivos y excelente
educación no deben quedar escondidas en el anonimato que proporciona un
teléfono; ni en el sonido de unas palabras que apenas son escuchadas por una
sola persona. Creo que es preciso darles trascendencia, hacerlas conocer para
que ellas conciten una reflexión. Reflexión sobre lo que ha pasado últimamente
en nuestra sociedad colombiana frente a la cortesía, los valores humanos y las
buenas maneras; y reflexión acerca de lo fácil que resulta apartarse de la
patanería, la rustiquez y la bajeza de espíritu al tratar con nuestros
semejantes.
Hombre agradecido con Dios |
Aisladamente se
escuchan algunas voces que intentan, en diversos ámbitos de la vida colombiana,
enfatizar en lo que nos pasa por esa gradual descomposición humana que nos
arrastra, cual huracán, hacia el abismo; que pareciera condenarnos a la ruindad
humana hasta parecernos más a escorias sin control alguno. Pero aquellas voces
apenas están llenas de buenas intenciones, como seguramente puedan estarlo mis
palabras; porque quizás no alcancen a penetrar en la conciencia de quienes deberían
tomar interés profundo por detener ese proceso de «retorno a las cavernas».
Si se fomentaran los
buenos modales, como los de María Claudia, que dieron lugar a este comentario
(yo espero que útil), ganaríamos mucho terreno frente a tanta grosería, tanto
despropósito y tanta chabacanería de la cotidianidad contemporánea. Todos
tenemos un compromiso en ese sentido. Es más fácil ser humanos integrales, que
cavernícolas desbocados. Es más útil ser amables y corteses que desmadrados y
ruines con las palabras y las conductas.
La amabilidad, como
la descrita, puede generarse en forma permanente y en mayores dosis en todas
partes: en el transporte público, en las tiendas, en las empresas, en las
universidades, en los negocios… ¡No hay fronteras para que una persona decida
asumir sus propias riendas y comportarse como ser inteligente!
Nada tan
complaciente como escuchar y ver a una persona hablando y manejándose con
altura, dueña de sus neuronas para provocar actos civilizados, autocontrolando
su entorno y sembrando semillas de paz a la luz de sus palabras cordiales y
sensibles.
La alegría de servir, aunque no se reciba agradecimiento alguno. |
No es utópico. Es
una realidad. Porque estoy seguro de que «Marías Claudias» hay muchas en
Colombia. Y empresas como la citada, también. Se notan sus esfuerzos por
sepultar la descortesía en Colombia. Eso es plausible y encomiable.
¿Nos atreveremos a
imitarlas? Yo aseguro que sí. ¡Vale la pena por
nuestro propio bien!
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