jueves, 23 de agosto de 2012

¿QUÉ IMPLICA SER UN TRABAJADOR AUTÓNOMO?


Por Jairo Cala Otero
Conferencista – Periodista autónomo

Son varias las personas que me han escrito, para preguntarme por qué razón yo me identifico como «periodista autónomo». Hasta un colega periodista curioseó alrededor de tal denominación, para ─según dijo también «colgarse» él este rótulo.

Haré a continuación un perfil de modo argumental sobre el adjetivo «autónomo» ─que no es exclusivo para mi caso, porque bien puede aplicarse para cualquiera otra profesión─ a fin de satisfacer la curiosidad de mis compatriotas:

Es una forma de presentación que yo uso para indicar que ya no trabajo ni con una empresa, ni para una empresa determinada; que ya no me someto a ganar un salario preconcebido (generalmente, insultante e indigno); que ya no tengo jefes gruñones (ni de otra naturaleza); que ahora no cargo con el lastre de la imposición de horarios; que ahora puedo gozar de reconocimientos por mis logros o aciertos con lo que hago a partir de lo que sé; que yo mismo me aumento mis ingresos económicos cuando valoro en justa dimensión mis esfuerzos, y porque llegue a ser más eficiente y excelente en lo que haga… En fin, las consideraciones podrían ser inacabables.
Trabajando en una empresa, por una ligera distracción hay un memorando.

Autónomo, entonces, es «quien tiene autonomía, o quien trabaja por cuenta propia». A tal nivel se puede llegar después de haber pasado varios años apegado a un régimen laboral, como el colombiano, que valga decirlo─ menoscaba, en muchos casos, la dignidad humana; y fustiga de modo inexplicable la entrega y dedicación de los trabajadores a la causa de una empresa ajena.

Los ciclos colectivos tienen tiempo límite, terminan algún día. Pero individualmente se pueden abrir ciclos propios, a pesar de las voces de desaliento de algunos a nuestro alrededor para sembrarnos desánimo. Si uno las atiende, estará perdido; si las desatiende, se verá caminando por mejores sendas. La mejor es la de la tranquilidad absoluta: no se tienen agitaciones innecesarias para buscar el sustento cotidiano; y no hay que entregarse de lleno a una causa que no nos pertenece, y cuyos «orientadores», en muchos casos, en vez de gratitud, devuelven injusticia, malos tratos, explotación, sometimiento y un largo etcétera de similar naturaleza.  

Por supuesto que hay condiciones para llegar a ser trabajador autónomo. Para mí son dos: saber, y sentir seguridad frente a lo que se va a hacer. Saber, porque sin conocimiento ningún desempeño podrá dar resultados positivos; se necesita haber creado destrezas, las suficientes como para asegurar rendimientos excelentes en lo que se hace; y tener la seguridad de que aquel desempeño es de nuestro agrado absoluto y nos prodiga cuanto deseamos. Quien hace mecánicamente las tareas, «como por cumplir», está condenado a ser mediocre, y ningún deleite encontrará jamás en cualquier asunto que emprenda.

Libertad para caminar, autonomía laboral.

A quien depende de algún «patrón» (hasta este vocablo es detestable), no le aconsejo que se «cuelgue» el apelativo de «autónomo». Se autoengañará, si lo hace. Porque tendrá sus facultades individuales coartadas, y sus derechos y capacidades estarán bajo control del otro. 

Pero quienes son, realmente, independientes; quienes no tienen que rendirle cuentas sino a Dios por sus hechos o inacciones; quienes se pueden levantar a la hora que les dé la gana, y sin afanes, porque pueden llegar tarde a su oficina; quienes pueden viajar a cualquier parte sin tener que pedirle permiso a alguien; quienes estando fuera de su ciudad no tienen que sentir afán por retornar pronto; quienes no están obligados a darles explicaciones de lo que hacen o dejan de hacer a otras personas; quienes son capaces de trabajar para ellos, por ellos y por sus seres queridos, y no para otros que los explotan; quienes son capaces de decidir cuánto quieren ganar cada mes, no lo que los demás les impongan, ¡pueden colgarse el rótulo de «trabajadores autónomos»! De lo contrario, que ni lo intenten. Porque eso será no solamente mentirse a sí mismos, sino asumir un papel ficticio a sabiendas de que un sistema oprobioso los oprime cada vez que intentan hablar de libertad laboral.

Ahora bien. El régimen laboral colombiano es pecaminoso por injusto. Apenas tiene en cuenta a los «enganchados» a las empresas, pero no nos hace visibles a los autónomos (independientes, como suelen llamarlos los demás). Pero a los primeros escasamente los menciona, porque no los protege con el rigor con que debiera hacerlo; empezando por el ridículo salario mínimo que les asigna, que es aterradoramente mínimo e insultante. A los autónomos no nos cita en sus códigos y leyes como no sea para sacarnos dinero por el derecho a trabajar; son impuestos, como el viceministro de Hacienda reconoce, injustos y abusivos en relación con lo que pagan quienes tienen abundantes capitales de trabajo y ganan enormes sumas de dinero a diario. Hasta nos fastidian la vida cuando nos piden que certifiquemos que sí nos ganamos honradamente el sustento de nuestras vidas; porque no nos creen que pagamos el arriendo, los servicios públicos, la comida, los gastos escolares, el transporte de los hijos, la ropa de toda la familia, las diversiones ocasionales… ¡Pero nos piden que estemos registrados en la DIAN y en una Cámara de Comercio! Y aún así no nos creen que sí trabajamos y tenemos una vida digna. Entonces, ¿para qué carajo son el RUT y la matrícula mercantil? ¿No es para probar que se tiene una actividad comercial y que de ella se derivan ingresos económicos? ¡Si son tarugos los asesores del Gobierno!

Pese a esto último, yo me quedo mil veces con el sistema de autonomía para trabajar, en vez del tradicional método de empleo subyugante. Es decir, ¡«prefiero vivir»!

El trabajador autónomo gana el dinero que se proponga.